sábado , 19 abril 2025

Las vacunas infantiles están causando autismo y otras discapacidades graves

Nina Bjelogrlic, MSc, MD, PhD Chief Physician, from Tampere University Hospital, Helsinkinina. https://orcid.org/0000-0002-6373-3792) https://ijvtpr.com/index.php/IJVTPR/article/view/116/378

En este estudio publicado por IJVTPR, se cuestiona la afirmación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de que «las vacunas no causan autismo». Este artículo revisa datos preclínicos y clínicos, y describe la susceptibilidad genética a sustancias tóxicas que se sabe que están causalmente asociadas con discapacidades intelectuales.

Con base en la literatura científica pertinente y en mi propia experiencia clínica como médico, la asociación positiva entre el autismo y las vacunas es cada vez más difícil de negar.

Se cumplen los criterios de Bradford Hill, que exigen:

  • conexión temporal,
  • magnitud significativa de la lesión,
  • consistencia de casos similares en diferentes grupos,
  • eliminación sistemática de otras posibles causas,
  • evidencia de dependencia de la dosis y
  • la existencia de una explicación teórica plausible para demostrar una verdadera relación causal.

Según los CDC, la prevalencia del autismo era de aproximadamente 1 de cada 150 niños en 2000 y para 2020 había aumentado a 1 de cada 31. Dado el aumento alarmantemente rápido del autismo y los trastornos del desarrollo neurológico, los responsables políticos, las autoridades sanitarias y los padres deben tomar en serio el mensaje de la comunidad científica independiente sobre los peligros de las vacunas.

Palabras clave: adyuvantes, autismo, causalidad, vacunas infantiles, ensayos clínicos, datos de seguridad poco fiables.

Introducción

La evaluación de riesgos de cualquier medicamento nuevo suele comenzar con la evaluación de datos animales e in vitro. Extrapolar los datos animales a humanos es complicado, pero los modelos animales desempeñan un papel importante para predecir el potencial daño de las vacunas a la población general, así como los riesgos financieros para los fabricantes de medicamentos y vacunas (Kiros et al., 2012; Golding et al., 2018).

Sin embargo, según el Comité de Evaluación de Estudios de Resultados de Salud Relacionados con el Calendario de Vacunación Infantil Recomendado (2013), los datos de seguridad de las vacunas infantiles, comúnmente utilizadas provienen casi exclusivamente de la vigilancia posterior a la comercialización de los productos, o de ensayos clínicos con seres humanos, y no de modelos animales ni de estudios in vitro de los componentes de los productos.

Por ejemplo, la primera comprobación de seguridad en un ensayo de fase I para la vacuna multivalente contra la difteria y el toxoide tetánico, la tos ferina acelular, el poliovirus inactivado y la vacuna conjugada contra Hemophilus influenzae tipo B (DTaP-IPV+Hib) se realizó con bebés surcoreanos (Kang et al., 2016) y adultos en la India (Sharma et al., 2023).

El Resumen de la Información del Producto de esta vacuna multivalente afirma en la sección 5.3: «Los datos no clínicos no revelan ningún riesgo especial para los seres humanos según estudios convencionales» (EMA, 2020).

Esta afirmación es habitual en las fichas informativas (prospectos) del producto y simplemente refleja lo que se supone, en lugar de lo que se conoce experimentalmente. También repite lo que supuestamente se cree sobre todas las vacunas según los CDC (2024).

En consecuencia, los datos de seguridad de las vacunas pediátricas provienen principalmente de ensayos clínicos y de la vigilancia de los receptores humanos tras la aprobación de la distribución pública de dichos productos.

Sin embargo, ninguna de estas fuentes de información sobre las vacunas —ni los ensayos clínicos ni la vigilancia poscomercialización— puede considerarse fiable por varias razones. Además, un análisis más detallado de las estadísticas oficiales de mortalidad y la historia del desarrollo de vacunas contra enfermedades temidas (p. ej., la viruela) pone en tela de juicio la afirmación generalizada de que las vacunas salvan «millones de vidas cada año», etc. (Oller y Oller, 2010; véase especialmente el capítulo 7; también Shaw, 2021; y Robert F. Kennedy, Jr., 2021).

Numerosos hallazgos médicos, tanto históricos como actuales, derivados de estudios en animales y humanos, apuntan a una conexión causal entre las vacunas infantiles y los trastornos del desarrollo, contrariamente a lo que se enseña a los profesionales médicos y clínicos, y a lo que la prensa dominante, controlada por las farmacéuticas, anima a creer a los padres, como se describe en esta revisión.

LOS FABRICANTES DE VACUNAS HAN OBTENIDO PROTECCIÓN DEL GOBIERNO

Desde 1986, cuando Estados Unidos aprobó por primera vez la Ley Nacional contra Lesiones por Vacunas Infantiles (NCVIA), los fabricantes de vacunas han estado protegidos de demandas judiciales de particulares (Oller et al., 2010, pág. 639).

Sin embargo, más recientemente, la Ley PREP (Ley de Preparación Pública y para Emergencias), autorizada en 2020 y modificada 12 veces hasta 2024, ha ampliado considerablemente la protección contra la responsabilidad de los fabricantes, promotores y profesionales sanitarios que administran vacunas.

A continuación, se presenta un extracto de la versión más reciente de dicha ley al momento de redactar este artículo: La Ley de Preparación Pública y para Emergencias (Ley PREP) autoriza al Secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos (el Secretario) a emitir una declaración en virtud de la Ley PREP.

La declaración proporciona inmunidad ante la responsabilidad (excepto por mala conducta intencional) por reclamos:

  • de pérdidas causadas, derivadas de, relacionadas con o resultantes de la administración o el uso de contramedidas (vacunas) para enfermedades, amenazas y afecciones
  • determinadas por el Secretario como un riesgo presente o creíble de una futura emergencia de salud pública
  • a las entidades e individuos involucrados en el desarrollo, fabricación, prueba, distribución, administración y uso de dichas contramedidas.

Una declaración de la Ley PREP tiene el propósito específico de otorgar inmunidad ante responsabilidades y es diferente de, y no depende de, otras declaraciones de emergencia (ASPR 2020-2024).

Los niños con discapacidades del desarrollo neurológico en el espectro autista tienden a estar en el grupo más afectado. En su volumen casi enciclopédico sobre trastornos de la comunicación, publicado por primera vez en 2010, Oller et al., ahora en ResearchGate 2025, señalaron lo siguiente en la pág. 222:

Los CDC estiman que aproximadamente el 50 % de los casos diagnosticados en 2000 y 2002 también presentaban deterioro cognitivo con discapacidad intelectual o retraso mental significativo (consultado el 27 de febrero de 2009 en http://www.cdc.gov/ncbddd/autism/documents/AutismCommunityReport.pdf [un documento que ya no está disponible en los CDC], pág. 20).

Además, cabe destacar que todos los manuales del DSM [Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 4.ª Edición, Revisión del Texto (DSM-IV-TR) desde 1980 —cuando el autismo se reconoció oficialmente por primera vez como una categoría de trastornos mentales— en adelante— han indicado que aproximadamente dos tercios de los casos son graves. El manual de 1994 describe todo el espectro autista (también conocido como TGD) como un trastorno grave y generalizado, claramente desviado en relación con el nivel de desarrollo o la edad mental del individuo (1994, p. 65).

Indica que solo en aproximadamente un tercio de los casos es posible cierto grado de independencia parcial (1994, p. 69). Cabe recordar, como argumentan Oller y sus colegas, que si los casos de autismo suelen ser graves en más del 50 % de los individuos afectados, la idea de que médicos y padres simplemente han mejorado mucho en la detección de casos, es falsa.

Es casi imposible no notar a individuos en el espectro autista que no hablan en absoluto o que presentan signos característicos como caminar de puntillas, aletear las manos, chillar, etc., como ocurre en la mayoría de los casos graves. Junto con la literatura sobre susceptibilidad genética, creo que la evidencia empírica cumple con todos los criterios de Bradford Hill (Fedak et al., 2015), lo que respalda la creciente conciencia pública de que las vacunas infantiles definitivamente aumentan el riesgo de autismo, discapacidad intelectual y trastornos crónicos de todo tipo (Garner, 2021, 2022).

Según la encuesta nacional de Garner, con una sólida base estadística, los niños que evitaron todas las vacunas posparto, así como la inyección de vitamina K no se vieron afectados por ninguna vacuna recomendada a sus madres antes del nacimiento, tampoco presentaron ningún caso de diagnóstico de autismo.

Por lo tanto, el criterio de Bradford Hill de ausencia de la causa (vacunas) que está perfectamente correlacionada con la ausencia del efecto de interés (autismo) se cumple con la investigación de Garner.

No se ha demostrado la “seguridad y eficacia”

En cuanto a los ensayos clínicos, los estudios controlados con placebo solo se consideran aceptables en ciertas situaciones, como el desarrollo de una vacuna asequible a nivel local (Rid et al., 2014). Esto significa que, en la mayoría de los ensayos clínicos, el grupo de control recibió otra vacuna contra la misma enfermedad o una diferente. Dichos ensayos no pueden demostrar nada más allá de una posible diferencia en el número de eventos adversos entre las vacunas administradas al grupo de control y las administradas al grupo de tratamiento. Dichos estudios solo muestran si uno de los productos es más dañino que el otro. No pueden demostrar que ninguno de los productos es seguro, y no pueden demostrar si la vacuna puede prevenir alguna enfermedad específica.

Si los productos comparados son aproximadamente igual de dañinos, los CDC informan, no obstante, que ambos son «seguros». Si simplemente se asume que ambos son aproximadamente igual de efectivos o ineficaces, los CDC informan que ambos son «efectivos».

En el mejor de los casos, uno de los productos, la vacuna de tratamiento más reciente o el producto de control, considerado un «placebo» (que posiblemente contenga adyuvantes, conservantes u otros excipientes tóxicos), podría resultar menos dañino que el otro, pero la comparación suele realizarse para evitar sistemáticamente contrastar cualquier vacuna con un placebo inocuo genuino, como una solución salina simple y adecuada.

Solo una comparación con un control salino adecuado proporcionaría una evaluación confiable de la seguridad de una vacuna o de sus componentes distintivos, pero dichos estudios se consideran éticamente problemáticos.

Según los CDC y los fabricantes de vacunas, todas son «seguras y efectivas», «han salvado millones de vidas» y «han evitado sufrimiento innecesario» y, por lo tanto, ningún ser humano debería verse privado, ni siquiera temporalmente, de estos beneficios (Rid et al. 2014, Greenwood 2014).

En los casos en que se utiliza algo cercano a un placebo genuino en ensayos clínicos con receptores humanos, el «placebo», en la mayoría de los casos, no es una solución salina pura biológicamente neutra. Se trata más bien de un producto reactogénico que contiene aluminio, como lo señaló la Red de Acción por el Consentimiento Informado (ICAN 2023) con respecto a las vacunas pediátricas autorizadas por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), y como lo demostraron Tomljenovic y McHenry (2024) en los ensayos clínicos previos a la autorización de la vacuna Gardasil contra el VPH, faltan por completo estudios comparativos con un control salino real en los registros. Sin embargo, la comparación de dos agentes reactogénicos, como un placebo con adyuvante y una vacuna activa, carece de validez científica como estudio de seguridad de ninguna vacuna en particular bajo investigación.

Un placebo con adyuvante puede ser tan tóxico y dañino, o casi tan dañino, como la vacuna, como se demostró en un estudio en el que se inoculó a ovejas la vacuna, un control de aluminio o una solución salina (Asín et al. 2020).

Ambos grupos sin placebo mostraron evidencia significativa de daño en contraste con las ovejas que solo recibieron inyecciones de solución salina tamponada con fosfato. Sus hallazgos no son sorprendentes si consideramos lo que Asín y sus colegas (2018) ya sabían sobre la toxicidad del aluminio en ovejas y sobre la toxicidad del aluminio en general (Shaw y Tomljenovic, 2013; Martinez, Escobar, et al., 2017; Martinez, Piagette, et al., 2017; Davidson y Winey, 2021), y, especialmente, en humanos (Igbokwe et al., 2019).

Además, la correspondencia con las autoridades sanitarias (Divic et al., 2023) ha revelado que los criterios de Bradford Hill, que se utilizan tradicionalmente para descubrir verdaderas relaciones causales entre tratamientos médicos, exposiciones tóxicas, lesiones y similares (independientemente de si los resultados se juzgan como favorables o adversos), se aplican con menos frecuencia, que antes (Fedak et al. 2015).

Con respecto a los eventos adversos asociados con las vacunas, el resultado más preocupante del abandono, o al menos la disminución de la aplicación de los criterios de Bradford Hill, es que sigue sin haber un límite claro en el número de reacciones adversas graves notificadas, lesiones por vacunas, incluso muertes, que conducirán a la retirada de la autorización de comercialización para lo que se sabe que es un producto nocivo e incluso letal.

En la práctica, esto significa que, a pesar del número de eventos adversos graves (incluidas las muertes) que pueden estar asociados con una vacuna —considere la experiencia reciente con las inyecciones COVID-19 (Dowd et al. 2024; Robert F. Kennedy, Jr. 2024; Mead, Seneff, Rose, et al. 2024; Mead, Seneff, Wolfinger, et al. 2024) —las autoridades sanitarias parecen promover la idea de que todas las vacunas comercializadas siguen siendo “seguras y eficaces” siempre y cuando se sigan aplicando las prácticas de farmacovigilancia notablemente laxas e ineficientes que se encuentran actualmente en vigor, las cuales protegen a los fabricantes de vacunas mucho más que a los consumidores (Oller et al. 2010; Shaw 2021; Pelech y Shaw 2024).

La seguridad preclínica de las vacunas se basa en gran medida en estudios de adyuvantes

Ninguna de las vacunas que se utilizan actualmente se ha sometido a los estudios preclínicos en animales y otros estudios estándar de genotoxicidad, fertilidad, mutagenicidad, teratogenicidad y carcinogenicidad (Kiros et al. 2012, Golding et al. 2018, Committee on the Assessment of Studies of Health Outcomes Related to the Recommended Childhood Immunization Schedule 2013, EMA 2020) que se requieren de otros productos farmacéuticos en general.

La supervisión completamente inadecuada de la fabricación de vacunas en general ha llegado a la atención del público en general durante la crisis de COVID-19 (Gutschi 2022; Speicher, Rose y Gutschi 2023), que todavía parece no haber desaparecido por completo.

En cambio, los datos preclínicos sobre seguridad tienden a referirse a estudios convencionales (Comité de Evaluación de Estudios de Resultados de Salud Relacionados con el Calendario Recomendado de Inmunización Infantil, 2013), que presumen y proclaman la seguridad y eficacia de las vacunas, sus adyuvantes añadidos y sus combinaciones multivalentes, sin realizar los ensayos necesarios que comparen los productos tóxicos no entre sí, sino con un placebo genuino consistente en una solución salina pura.

Se afirma, sin realizar pruebas adecuadas, que las dosis de adyuvantes utilizadas en las vacunas están demasiado diluidas como para causar daño alguno, en las dosis supuestamente minúsculas presentes en las vacunas (Geier y Geier, 2004).

Esta afirmación se presume cierta a pesar de la evidencia de que los tóxicos presentes en las vacunas, por ejemplo, los adyuvantes compuestos por sales de aluminio, son conocidos por ser perjudiciales para los humanos (Facciolà et al., 2022).

Más importante aún, los estudios en los que se basan los CDC y la FDA para autorizar y promocionar las vacunas no comparan las vacunas multivalentes ni sus combinaciones con la administración de un placebo genuino (Jablonowski y Hooker, 2024).

Debido a la falta de estudios preclínicos adecuados, con la potencia estadística suficiente, como argumenta Lyons-Weiler (2025) en este número del IJVTPR, esta revisión se centra en lo que se sabe sobre dos de los tóxicos de las vacunas más conocidos y controvertidos. En concreto, me centro en el conservante a base de mercurio conocido como timerosalina en EE. UU. y como tiomersal en el Reino Unido, y con ambos términos en todo el mundo.

Además, analizo las sales de aluminio utilizadas como adyuvantes (ayudantes para estimular las defensas inmunitarias humanas) que también se incluyen en muchas vacunas. Como demostró Haley (2005) hace años, una dosis insignificante de cualquiera de estos tóxicos (timerosal o un adyuvante de aluminio) podría no causar una reacción adversa notable, mientras que la combinación de ambos puede actuar sinérgicamente, matando a más del 60 % de las células neuronales expuestas in vitro en un período de 25 horas.

Tanto el timerosal, el conservante, como los compuestos de aluminio utilizados como adyuvantes, como el hidróxido de aluminio, siguen siendo ingredientes comunes en las vacunas.

Todos ellos activan las defensas del organismo hasta un nivel comparable a una alerta militar de alto nivel; provocan casi de inmediato la movilización de las defensas del organismo ante lo que médicamente se describe como un ataque de una entidad extranjera. Desde el punto de vista de los fabricantes de vacunas, obtener ese tipo de reacción del receptor de la vacuna es deseable porque, según ellos, tal reacción significa que se activarán más recursos en el receptor y se dedicarán a la producción de anticuerpos contra los agentes patógenos a los que se dirige la vacuna.

El timerosal es un conservante antimicrobiano a base de mercurio. A pesar de las preocupaciones planteadas en estudios epidemiológicos (Geier y Geier, 2004; Hurley et al., 2010; Geier et al., 2014) y en otros contextos empíricos (Bernard et al., 2002; Holmes et al., 2003; Geier y Geier, 2007; Kern et al., 2013; Sharpe et al., 2013; Robert F. Kennedy, Jr., 2014) —muchas de ellas sugiriendo que el timerosal está causalmente vinculado con el autismo— las autoridades sanitarias no han considerado necesario prohibir el timerosal de todas las vacunas (Gołoś y Lutyńska, 2015).

Por ejemplo, todavía se utiliza timerosal en viales multidosis de vacunas contra la gripe, a pesar de que se recomienda el uso de esas vacunas en mujeres embarazadas (sobre lo cual véanse los resultados de la investigación de Garner 2021, 2022 que revelan los efectos nocivos de esa práctica) y se sabe definitivamente que el mercurio atraviesa la barrera placentaria y afecta a los fetos durante un período extremadamente vulnerable de su desarrollo (Yang et al. 1997; Kozikowska et al. 2013; Findik et al. 2016).

Las búsquedas fallidas de pruebas no tienen el mismo peso que las exitosas

Aunque las revistas médicas convencionales siguen promoviendo la idea de que las búsquedas fallidas de relaciones causales son tan informativas como las exitosas —argumentando a menudo que las búsquedas fallidas merecen consideración y publicación casi igual que las exitosas—, la teoría de la medición matemática y el pensamiento reflexivo demuestran que tales afirmaciones de los editores médicos son falsas.

Encontrar lo que se busca pone fin a cualquier afirmación de que lo buscado ni siquiera existe. No encontrar lo buscado prueba muy poco. Tras el descubrimiento de oro en California, nadie prestaría atención a las afirmaciones de que muchos intentos de encontrarlo habían fracasado.

Una vez que el primer piloto de pruebas rompió la barrera del sonido, se abandonó la teoría de que no se podía romper. Demostrar una hipótesis nula, como la afirmación de los CDC de que «las vacunas no causan autismo», sin importar cuántas búsquedas fallidas realicen, es un argumento digno de burla.

Un solo estudio replicable que demuestre que alguna vacuna, combinación de vacunas, algún componente de las vacunas o combinación de componentes de las vacunas ha causado autismo es suficiente para refutar todos los estudios previos que afirman probar la hipótesis nula de que las vacunas no pueden causar autismo ni lo causan.

Quienes defienden las vacunas pueden argumentar que nunca causan enfermedades ni trastornos neurológicos, pero la encuesta nacional realizada por Joy Garner y su artículo publicado en esta revista (2021, 2022) demuestran en conjunto que todas esas afirmaciones son rotundamente falsas.

Afirmar que muchos investigadores han buscado y buscado sin encontrar una relación causal, y por lo tanto no existe, es absurdo desde una perspectiva lógico-matemática. Es importante destacar que cualquier vacuna profiláctica administrada a personas sanas no debería suponer riesgos graves para la salud.

Ante la duda, los toxicólogos utilizan ciertos factores obtenidos de estudios in vitro y con animales de «nivel sin efecto observado» o «nivel sin efecto adverso observado» para calcular la dosis segura de cualquier sustancia química que puedan administrar a humanos (Comité de Evaluación de Riesgos de Contaminantes Atmosféricos Peligrosos del Consejo Nacional de Investigación (EE. UU.), 1994).

El razonamiento matemático puede demostrar ciertas proposiciones generales, tanto positivas como negativas, pero las búsquedas empíricas fallidas no pueden justificar la aceptación universal de ninguna proposición perfectamente general (universal). Los estudios empíricos pueden descartar afirmaciones generales, al igual que el estudio de Garner demuestra que la afirmación de Offit de que «las vacunas no causan autismo» es falsa, pero Paul Offit podría citar diez mil búsquedas fallidas de la relación que, según él, nunca se podrá encontrar porque no existe, y su argumento seguiría siendo ridículo y quedaría refutado por el único estudio de Garner.

Además, todas sus búsquedas fallidas, por numerosas que fueran, serían refutadas por una sola búsqueda exitosa. Dicho esto, los estudios que afirman no haber encontrado ninguna asociación entre las vacunas y el autismo, como los de Hviid et al. (2003) y Parker et al. (2004), son comparables a las afirmaciones anteriores a 1995 de que la condensación de Bose-Einstein nunca se produciría experimentalmente, o que la prueba de Bell para la teoría del entrelazamiento cuántico nunca se llevaría a cabo, pero tales afirmaciones son falsas. Como lo señalan Hooker et al. (2014), los estudios empíricos que afirman apoyar, y mucho menos probar, la hipótesis nula tan audazmente afirmada por Paul Offit y respaldada por los CDC, están metodológicamente sesgados y desesperanzadamente poco potenciados para mostrar lo que pretenden demostrar (véase también el artículo de Lyons-Weileren este número de la IJVTPR).

Tal vez para intentar parecer razonables, cuando en realidad gran parte de su trabajo no lo es, debido al potencial aumento del riesgo de autismo asociado con la exposición al timerosal, las autoridades han sugerido utilizar la dosis más pequeña posible o reemplazar el timerosal con una sal de aluminio (Clements et al. 2001; van’t Vee 2001; OMS 2004; Mahboubi et al. 2012).

Desafortunadamente, después de que el timerosal supuestamente fue reemplazado en 1997, 2000 y 2001, dependiendo de la autoridad consultada según el informe de investigación de Sharyl Attkisson (2025), con un adyuvante de aluminio en muchas vacunas, el riesgo de autismo y trastornos del desarrollo neurológico continuó aumentando (Tomljenovic y Shaw 2011, Mold et al 2018, Exley y Clarkson 2020, Boretti 2021).

Attkisson afirma que el gobierno simplemente mintió: el timerosal no se eliminó de todas las vacunas, o «todas las vacunas administradas a los niños», en ningún momento desde 1997, 1999, 2001 o cualquier otra fecha que las autoridades sanitarias comúnmente afirman (Attkisson 2025).

La noción de que el timerosal causaba autismo, pero que las sales de aluminio no lo harían, fue una teoría que nunca se puso a prueba. Dado que el timerosal no fue eliminado de las vacunas, aparentemente es el caso de que esas vacunas, y sus componentes en combinación, cualesquiera que sean en realidad, están causalmente relacionados con el aumento continuo observado en los diagnósticos de autismo durante los años en que las autoridades mintieron sobre la eliminación del timerosal.

Mercurio en general y timerosal (etilmercurio) en particular

El mercurio (Hg) es un metal inorgánico conocido por sus consecuencias perjudiciales para la salud humana. Es especialmente perjudicial para los riñones y el sistema nervioso central. El mercurio, en cualquier forma, tampoco beneficia al medio ambiente, ya que tiende a acumularse, especialmente en laboratorios dentales, en ríos, lagos y océanos de todo el mundo (Wu et al., 2024).

Como sustancia química tóxica y altamente activa, el mercurio interactúa con diversas sustancias, lo que da lugar a la formación de diferentes compuestos orgánicos de mercurio, como el metilmercurio y el etilmercurio (Wu et al., 2024). El timerosal (o tiomerosal), nombre comercial del compuesto organomercurial (tiosalisilato de etilmercurio sódico), que contiene un 49,55 % de Hg en peso (Geier et al., 2014), es el conservante presente en muchas vacunas, sospechoso de causar trastornos neurológicos desde hace más de dos décadas.

Tom Burbacher Ph.D menciona en el video que el límite es de 0,1 microgramos por kg. por dia no es una dosis segura. Luego Audiencias de la Cámara sobre el autismo en EE.UU el congresista Dan Burton se refiere específicamente a las vacunas y al timerosal (mercurio) que todavía se utilizan en las vacunas. El director de la FDA admite ante el congreso de que el unico tests de seguridad fue realizado en 1929 y todos los participantes tenian meninigitis y todos murieron supuestamente por meninigitis, en ese entonces. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC1280342/#b36-ehp0113-001015 – ver tambien en: https://bitchute.com/video/WnQy1NjOF71P/

Se descompone en etilmercurio y tiosalicilato en el organismo (Barret 2005, Wu et al. 2024). Basándose en su farmacocinética, el mercurio orgánico se ha considerado más tóxico que el inorgánico, debido a su baja biodisponibilidad por vía oral. Sin embargo, el mercurio puede acumularse en el sistema nervioso central y otros tejidos (Wu et al. 2024), por lo que no carece de potencial dañino.

La presunta seguridad del timerosal se ha basado en el supuesto de que el etilmercurio (el metabolito del timerosal) tiene un perfil toxicocinético similar al del metilmercurio, pero estudios cuidadosos en animales que comparan los dos tóxicos, por ejemplo, por Barret (2005) y por Dorea et al. (2013) refutan claramente ese argumento.

Con dos grupos de monos recién nacidos, uno expuesto al timerosal y otro al metilmercurio, Barret (2005) descubrió que, si bien las concentraciones totales de mercurio fueron menores en el grupo del timerosal que en el del metilmercurio, la proporción de mercurio inorgánico en el cerebro fue mucho mayor en el grupo del timerosal (21-86%) que en el grupo del metilmercurio (6-10%).

Esto significa que los hallazgos de los estudios con metilmercurio no pueden generalizarse para predecir qué ocurrirá con la exposición al timerosal. Además, se observó que el mercurio inorgánico en el grupo del timerosal persistía en el cerebro durante mucho más tiempo que el mercurio orgánico en el grupo del metilmercurio.

El timerosal tuvo una vida media estimada en el cerebro de los receptores de más de seis meses. Estos hallazgos tienden a demoler las afirmaciones de que, debido a que el metilmercurio tiende a excretarse y no a cruzar la barrera hematoencefálica, no se puede suponer lo mismo acerca del timerosal en las vacunas.

Hay evidencia directa de un estudio con ratones que sugiere que el timerosal tiene efectos adversos en los recién nacidos (Li et al. 2014). Este estudio demostró que las dosis altas de timerosal, 20 veces superiores a las de los recién nacidos humanos de hasta 4 meses de edad, pueden causar una desregulación duradera que incluye trastornos del desarrollo neurológico, disfunciones sinápticas y disfunciones endocrinas, todas las cuales son posibles descripciones explicativas de los comportamientos autistas observados en ratones expuestos al timerosal.

En una revisión crítica que resume los estudios clínicos, epidemiológicos y bioquímicos sobre la toxicidad del timerosal, Geier y sus colegas (2015) concluyeron que la exposición al timerosal se asocia con una serie de resultados adversos, que incluyen muertes fetales e infantiles, malformaciones congénitas y trastornos del desarrollo, incluso en las dosis que se administran actualmente en las vacunas.

También es importante tener en cuenta que el impacto acumulativo de las toxinas en las vacunas solo puede aumentar a medida que aumenta el número de inyecciones exigidas por los CDC y los reguladores de la salud.

A pesar de toda esta evidencia científica, los CDC todavía afirman en la fecha (26 de marzo de 2025), en el sitio web de los CDC sobre Timerosal en esta URL: https://www.cdc.gov/vaccine-safety/about/thimerosal.html :

  • «El uso de timerosal en productos médicos tiene un historial de alta seguridad. Los datos de numerosos estudios no muestran evidencia de daños causados ​​por las bajas dosis de timerosal en las vacunas».

Posteriormente, en la misma fecha, al hacer clic en el enlace «Autismo y Vacunas» en esta URL: https://www.cdc.gov/vaccine-safety/about/autism.html , encontramos la siguiente afirmación, que plantea una hipótesis nula:…

  • «Las vacunas no causan TEA [trastornos del espectro autista]…»

Un poco más adelante, en el mismo sitio, se afirma:

  • «Las investigaciones demuestran que el timerosal no causa TEA».

Después de una nota de advertencia en el mismo sitio web de los CDC, de la misma fecha, que indica a los lectores que «sigan leyendo», encontramos la siguiente declaración:

  • «Estudios adicionales y una revisión rigurosa más reciente por parte del Instituto de Medicina han encontrado que la vacuna MMR no aumenta el riesgo de autismo».

Luego, después de otra recomendación para que el lector continúe, el CDC ofrece la garantía de que el CDC junto con la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), están monitoreando la seguridad de las vacunas, por lo que el público puede estar tranquilo, como se afirma en esta URL: https://www.cdc.gov/vaccine-safety-systems/about/cdc-monitoring-program.html

  • «El CDC y la FDA monitorean la seguridad de las vacunas utilizando diferentes sistemas que funcionan juntos . . .»

Aluminio

El Dr. Yehuda Shoenfeld forma parte del consejo editorial de revistas cientificas en los campos de la reumatología y la autoinmunidad. Es fundador y editor de “Autoimmunity Reviews” y co-editor de “The Journal of Autoimmunity” Sus trabajos clínicos y científicos se centran en enfermedades autoinmunes y reumáticas y ha publicado más de 1700 artículos en revistas tales como el New England Journal of Medicine, Nature, Lancet, las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos de América, el Journal of Clinical Investigation, el Journal of Immunology, Blood, el Journal of the Federation of American Societies Para Biología Experimental, el Diario de Medicina Experimental, Circulación, Cáncer, y otros, y sus artículos han tenido más de 31.000 citas. El Nuevo libro del Dr. Shoenfeld “Vaccines and Autoimmunity”. https://www.bitchute.com/video/8koFEZB9slvQ/

Shoenfeld y Agmon-Levin describieron en 2011 el síndrome autoinmune/inflamatorio inducido por adyuvantes (ASIA), también conocido como «síndrome de Shoenfeld». Consiste en un grupo de trastornos inmunomediados tras la exposición a agentes adyuvantes, como los que contienen aluminio.

El síndrome ASIA se manifiesta en diversas afecciones médicas: trastornos autoinmunes inducidos por vacunas, siliconosis, síndrome de la Guerra del Golfo, miofascitis macrofágica con síndrome de fatiga crónica, síndrome del edificio enfermo (Caldarelli et al., 2024) y posiblemente también neuropatía de fibras pequeñas relacionada con el desarrollo de disautonomía (Tervaert et al., 2023).

El papel de los adyuvantes de aluminio en las vacunas ha sido objeto de intenso debate (Tomljenovic y Shaw, 2011, 2012; Principi y Esposito, 2018; Crépeaux et al., 2020; Goullé y Grangeot-Keros, 2020).

Los investigadores han solicitado una ciencia independiente, rigurosa y honesta para resolver cuestiones relacionadas, entre otras cosas, con la toxicocinética de las diferentes formas de aluminio (Crépeaux et al., 2020). Esta controversia se complica por la aparente falta de estudios preclínicos de toxicidad adecuados (Tomljenovic y Shaw, 2012). Los opositores han desestimado las preocupaciones realistas sobre las lesiones causadas por las vacunas, calificándolas de «mitos» y «desinformación», recordando a sus lectores que la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó la «reticencia a las vacunas» como uno de los diez principales desafíos para la salud mundial en 2019 (Geoghegan et al., 2020).

Sin embargo, algunos estudios en animales publicados recientemente sugieren que los adyuvantes de aluminio y el aluminio de otras fuentes constituyen un claro riesgo para la salud humana. Se ha demostrado que la administración intraperitoneal de adyuvantes a base de aluminio a ratones causa efectos adversos sistémicos dependientes de la dosis, incluyendo reacciones hipotérmicas, apatía, postura encorvada e infiltración de granulocitos neutrófilos y eosinófilos en la cavidad peritoneal (Freiberger et al., 2018).

Se observó que las ovejas inoculadas repetidamente con una vacuna adyuvante que contenía aluminio o con aluminio mostraron un comportamiento cognitivo y social diferente al de las ovejas vacunadas con solución salina; las interacciones agresivas, las estereotipias, la excitabilidad y la compulsión alimentaria aumentaron en comparación con el grupo expuesto a la solución salina (Asín et al., 2020).

También existe evidencia directa en humanos sobre el posible papel del aluminio en el autismo y otras enfermedades neurodegenerativas. Mold et al. (2018) midieron el aluminio en tejidos cerebrales de cinco donantes con autismo. Encontraron que los niveles de aluminio en cada lóbulo (es decir, occipital, frontal, temporal y parietal) de los cinco individuos (de 15 a 50 años) tenían una media de 2,3 a 3,82 μg/g de peso seco de tejido, que es el valor más alto de aluminio en el cerebro humano jamás encontrado hasta la fecha de su estudio.

La relevancia clínica de este hallazgo ha sido respaldada por un estudio en el que el contenido de aluminio de 191 muestras de tejido cerebral de 20 donantes sin enfermedades neurodegenerativas fue sistemáticamente bajo, y más del 80% de los tejidos tenían un contenido de aluminio por debajo de 1,0 μg/g de peso seco del tejido (Exley y Clarkson 2020).

Peligros del Aluminio en las Vacunas – Christopher Exley, PhD, profesor de química bioinorgánica en la Universidad de Keele y líder del grupo de investigación sobre aluminio y silicio, https://www.bitchute.com/video/fJcwKK0plSeB/

También se han medido altas concentraciones de aluminio en tejidos cerebrales de donantes con enfermedad de Alzheimer familiar y esclerosis múltiple, con concentraciones de aluminio medidas que superan los 10 μg/g de peso seco de tejido en ambas enfermedades (Mirza et al. 2017, Mold et al. 2018).

La vigilancia de la seguridad que ignora los criterios de Bradford Hill no detecta los riesgos para la salud

En la década de 2000 a 2010, cuando el autor participó personalmente en la evaluación de la causalidad de las reacciones adversas notificadas voluntariamente en la Agencia Finlandesa de Medicamentos (actualmente Fimea), se aplicaron los criterios de Bradford Hill. Una relación causal se consideró confirmada si: 1) existía una asociación temporal entre el síntoma adverso y la vacunación, 2) se conocía una explicación biológica razonable para la aparición del síntoma, 3) existía evidencia de que la vacuna había causado síntomas similares anteriormente, y 4) no se podía encontrar otra explicación plausible para el síntoma observado (Divic el al., 2023). Cuanto más grave era la sospecha de reacción adversa, más importante era examinar la literatura pertinente para determinar si existía una explicación biológica plausible para el evento notificado. Sin embargo, más recientemente, se han modificado los criterios para evaluar la base causal de los síntomas observados (Gallagher et al., 2011).

Actualmente, la verificación de una explicación biológica ya no se considera tan importante en la evaluación de la causalidad. La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) lo dejó claro: se les preguntó sobre los presuntos factores causales de cualquier señal de seguridad: cuando una señal de seguridad requiere una investigación más profunda, el comité de seguridad de la EMA, el Comité para la Evaluación de Riesgos en Farmacovigilancia (PRAC), interviene para llevar a cabo una evaluación completa; se pueden aportar nuevos datos y se puede consultar a otros organismos.

  • Estos datos incluyen resultados de ensayos clínicos, estudios epidemiológicos que monitorean la seguridad de la vacuna, investigaciones toxicológicas y cualquier otra información relevante. También se consideran los mecanismos biológicos plausibles. Sin embargo, tenga en cuenta que una investigación sobre dichos mecanismos no es un requisito para establecer una posible causalidad y considerar nuevas medidas regulatorias, como una actualización de la información del producto del medicamento o cualquier otra acción para minimizar o gestionar los riesgos (Divic et al., 2023).

Lecciones de la industria tabacalera

Se ha aprendido una lección importante de la industria tabacalera. La asociación entre el tabaquismo, el cáncer de pulmón y otras múltiples enfermedades era evidente a partir de estudios epidemiológicos mucho antes de que las agencias reguladoras la tomaran en serio (Weston et al., 2003) y constituye un buen ejemplo de cómo la investigación del daño molecular directamente atribuible al tabaquismo podría inducir cáncer de pulmón.

Resulta ilustrativa la resolución de la prolongada negación y ofuscación por parte de la industria tabacalera de la relación causal entre el tabaquismo y las enfermedades en fumadores.

Los intereses creados defendieron el tabaquismo durante décadas antes de que las agencias gubernamentales confirmaran la asociación causal entre el consumo de tabaco, en particular el tabaquismo, y una multitud de enfermedades, como el cáncer de pulmón, las enfermedades gastrointestinales, etc.

Entre las contundentes demostraciones empíricas de que el tabaquismo está causalmente asociado con el cáncer de pulmón y otras enfermedades en fumadores se encuentra la evidencia sistemática de los numerosos efectos beneficiosos para la salud que se producen al dejar de fumar (Sanchez et al., 2024).

Hoy en día, las autoridades sanitarias garantizan a los profesionales sanitarios y al público general que las vacunas son seguras y eficaces gracias a sus rigurosos sistemas de monitorización de la seguridad, que detectan y responden adecuadamente a lo que denominan «posibles señales de seguridad».

En caso de eventos adversos graves por ejemplo, de las inyecciones de COVID-19 (eventos que incluyen muchos casos de miocarditis fatal, consecuencias neurológicas, problemas hematológicos, trastornos autoinmunes, cánceres reactivados y abortos espontáneos y defectos de nacimiento), todos ellos tendieron a ser ignorados con la afirmación de que tales eventos son «muy raros», que los beneficios de la vacuna superan los riesgos y las agencias gubernamentales continúan

Seguimiento de ‘monitoreo activo’ y ‘transparente’ (Yaamika et al. 2023). Sin embargo, los estudios de eventos adversos informados considerados como ‘señales de seguridad potenciales’ (Teófilo et al. 2023) no tienen un seguimiento con una investigación adicional apropiada que aplican los criterios de Bradford Hill para la evaluación de la causalidad y muchas reacciones adversas graves se desestiman como ‘raras’, o pueden permanecer en lo que no se descubre (BellaVite et al. 2024).

El resultado infeliz para el público en general es que no hay datos de seguridad confiables para las vacunas (Garner 2021). La frecuencia de los eventos adversos no se puede determinar a partir de informes voluntarios espontáneos, que ni siquiera pueden aplicarse en la vigilancia posterior a la comercialización, y que no pueden existir antes de los ensayos clínicos.

En este video la Dra. Soumya Swaminathan, en ese entonces científica jefa de la Organización Mundial de la Salud OMS, luego de haber anunciado al público que las vacunas eran perfectamente seguras, admitió (en privado ante los expertos) que no hay estadísticas para saber la cantidad y cuales son los efectos adversos que las vacunas causan. Sucedió durante la Cumbre Mundial de Seguridad de Vacunas de la OMS en diciembre 2019 en Ginebra, Suiza. https://www.bitchute.com/video/uFT0zjelbgNT

Se ha estimado que los informes voluntarios posteriores al marketing revelan solo del 5% al ​​10% de todas las reacciones adversas (Desai 2022), o incluso menos en los estudios empíricos de Lazarus et al. terminado en 2010, conclamando que ‘se informan menos del 1% de los eventos adversos de la vacuna’.

Esto significa que más del 90% de las reacciones adversas realmente ocurridas no se informan, y las pocas que se informan no se evalúan de manera rutinaria aplicando los criterios de Bradford Hill para tratar de determinar qué realmente los está causando.

Además, como ya he señalado, los ensayos clínicos de las vacunas no se realizan comparando los ingredientes activos en la vacuna contra un placebo verdadero, como una solución salina adecuada en un grupo de control.

Además, como Lyons-Wiler argumenta en este tema del IJVTPR, los estudios citados y confiados por los CDC y la FDA, alegando que no existe una asociación causal entre las vacunas y los trastornos neurológicos infantiles, típicamente no se alimentan estadísticamente.

En otras palabras, no pudieron detectar una relación causal incluso si estuvieran efectivamente sentados encima. Como resultado, tales estudios poco potenciados e inapropiados diseñados, los que tienen como objetivo probar una hipótesis nula, no tienen valor en las evaluaciones de seguridad, excepto posiblemente para engañar al público para que acepten las reclamaciones a menudo repetidas de que las vacunas son ‘seguras y efectivas’ y que cualquier ‘reacción adversa’ es realmente ‘muy raras’.

Los ensayos de vacuna Covid-19 recientemente introducidos han incluido un grupo inerte placebo, pero el período de seguimiento ha sido demasiado corto para cualquier evaluación de seguridad de realistras (grupo de expertos ad hoc en los próximos pasos para la evaluación de la vacuna Covid-19 2021).

Los datos clínicos publicados sobre el vínculo sospechoso entre las vacunas y el autismo son conflictivos; Hay estudios que apoyan una asociación positiva (Delong 2011; Gallagher y Goodman 2010; Mawson et al. 2017; Hooker & Miller 2020; Mawson y Jacob 2025) y lo opuesto (Taylor et al. 2014; Uno et Al. 2015; Mohammed et al. 2022).

Algunos han argumentado que la asociación de vacunas con autismo es solo una invención imaginaria de personas equivocadas:

  • Los mitos de que las vacunas o el mercurio están asociadas con el autismo han sido amplificados por científicos equivocados; Grupos matriz frustrados pero efectivos y políticos (Davidson 2017).

Los estudios que reclaman un resultado negativo para cualquier vínculo causal de vacunas para el autismo, en otras palabras, una búsqueda fallida, han sido criticados por los edificios sesgados, inapropiados y estadísticamente inferiores (Hooker et al. 2014; Turville & Golden 2015; Lyons-Weiler et al. 2021).

Hooker y sus compañeros de trabajo (2014) encontraron numerosos problemas metodológicos e incluso evidencia de malversación en seis estudios supuestamente para mostrar que las vacunas de timerosalina son seguras.

El metanálisis de Taylor (2014) ha sido criticado porque compara la incidencia de autismo solo entre diferentes grupos de niños que recibieron vacunas diferentes (pero igualmente dañinas), y no entre niños vacunados y niños completamente no vacunados (Turville y Golden 2015).

Dichas debilidades a la vez que el estudio de casos y controles realizados por la UNO y sus colegas (2015) y la revisión sistémica realizada por Mohammed y sus colegas (2022) utilizaron búsquedas fallidas para un vínculo entre las vacunas y el autismo para reclamar la aceptación justificada de la hipótesis nula que no existe tal enlace.

Por ejemplo, Mohammed et al. ha concluido:

  • De acuerdo a nuestra revisión, no existe un vínculo entre el desarrollo de TEA e inmunización (2022, en sus conclusiones).

De manera similar, Uno et al. concluye:

  • No se encontró evidencia convincente en este estudio de que la vacunación MMR (SRP) y el aumento de la dosis de timerosal estuvieran asociados con un mayor riesgo de aparición de TEA (2015, en su Resumen).

Es extremadamente difícil, de hecho, es prácticamente imposible según la investigación de Garner (2021, 2022) dada la cobertura de vacunación mundial casi completa (GBD 2025), encontrar niños completamente no vacunados para tener un grupo de control suficientemente preparado para el tipo de comparación que se necesita.

También es digno de mención que una reanálisis de los datos de los CDC sobre la incidencia de autismo y el tiempo de la primera vacunación de MMR (SRP) exhibió un riesgo significativamente mayor de vacunación anterior entre los hombres afroamericanos en personas que no tenían discapacidad intelectual previa (Hooker 2018).

El congresistas Bill Posey ante el Congreso de EEUU (29/07/2015), lee la denuncia del Dr William Thompson, científico senior de la división de vacunas del CDC sobre como ocultaron información sobre la vacuna SRP contra de Sarampión, Rubeola y Paperas (MMR) y su asociación con el autismo. El tema sigue sin investigar aún. En agosto del 2014, surgio un denunciante del Centro de Control de Enfermedades, CDC, el Dr William Thompson que es un científico senior de la división de vacunas del CDC. Thompson declaró que científicos de la división de vacunas del CDC ocultaron la conexión entre el autismo y las vacunas en un estudio sobre el impacto de la vacuna SRP de Sarampión, Paperas, Rubeola. Thompson uno de los autores del estudio tuvo cargo de conciencia y en agosto del 2014 decidió confesar este fraude y quiere presentarse ante el congreso bajo declaración jurada y confesar la corrupción de CDC. El Congreso aún no lo llama a declarar… https://www.bitchute.com/video/NVOUYV6oPb3G

En consecuencia, Lyons-Wiler, Fujito y Pajer (2021) criticaron el estudio de 2018 titulado ‘Tétanos prenatales, difteria, vacunación acelular de la tos ferina y el trastorno del espectro autista’ por Becerra-Culqui, et al. porque hicieron ajustes de datos arbitrarios que excluyeron a las personas genéticamente susceptibles e ignoraron importantes infecciones prenatales, lesiones médicas anteriores y otros factores de confusión.

Los datos clínicos que vinculan el autismo con las vacunas infantiles pueden ser controvertidos en los ojos de las personas con grandes intereses financieros en la fabricación de la vacunas y la industria de marketing, pero los estudios epidemiológicos, la experiencia clínica y los eventos adversos y los eventos de los eventos de inyecciones, su proximidad temporal entre sí, y el número de tóxicos y agentes de enfermedades específicas a los que se expusieron los receptores.

Utilizando el análisis de regresión y el control de los ingresos familiares y el origen étnico, DeLong (2011) encontró que cuanto mayor es la proporción de niños que recibieron vacunas recomendadas por la edad de dos años, mayor es la tasa de autismo, habla o deterioro del lenguaje en cada estado de EE. UU. Entre 2001 y 2007.

De manera similar, Mawson y Jacob (2025) los niños que solo habían tenido una visita de vacunación más probable que se diagnosticaron a 1.7 veces más probabilidades con el autismo.

Además, cuando los no vacunados fueron comparados a los niños que tenían al menos 11 vacunas con su pediatra o médico, los niños que se mantuvieron al día con todas esas visitas al médico tenían 4.4 veces más probabilidades de ser diagnosticados con autismo.

Los padres ecuerdan que entre las edades de uno y tres losniños estaban bien. Luego a a partir del incremento de vacunas aparecieron los síntomas que precedieron al diagnóstico del autismo, o algún otro trastorno del desarrollo, comenzaron a aparecer junto con el creciente número de vacunas.

Mis propias observaciones clínicas son consistentes con los hallazgos reportados en la revisión publicada recientemente por Jablonowski y Hooker (2024). En su estudio sobre total de 1.542.076 combinaciones de vacunas administradas a bebés (menores de un año al momento de la vacunación) entre el 1 de julio de 1991 y el 31 de mayo de 2011, encontrar que combinar un mayor número de vacunas produce un número exponencialmente mayor de diagnósticos de enfermedades y que los eventos adversos aumentan con la exposición a mayores combinaciones de vacunas infantiles (pp. 1103, 1110).

Las susceptibilidades genéticas podrían ayudar a explicar los trastornos del espectro autista

Según la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de 2025, elaborado y mantenido por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, el trastorno del espectro autista, o simplemente autismo, es un «trastorno del desarrollo neurológico» que, de manera un tanto vaga , caracterizada por patrones repetitivos, restringidos e inflexibles de comportamiento, intereses y actividades, así como por dificultades en la interacción y la comunicación social.

Entre muchos profesionales se considera un conjunto heterogéneo de síntomas que se presentan en diversos grados de gravedad (Oller y Rascón, 1999; Estudio de la carga mundial de enfermedades, 2021; Havdahlet al., 2021).

Se cree que la etiología implica lesiones causadas por factores ambientales, como toxinas y fuerzas electromagnéticas (Perkel 2017; Jagetia 2022; Deruelle 2023), todas las cuales pueden interactuar sinérgicamente (ver investigación de Haley 2005), y pueden verse afectadas por variantes heredadas y denovogenéticas (Rossignol et al. 2014; Carter y Blizard 2016; Rylaarsdam y Guemez-Gamboa 2019), como las que se producen mediante terapias de edición genética que conducen a las tecnologías de ARNm implementadas en respuesta a la COVID-19, que parecen estar modificando aún más el genoma humano (Zhang et al. 2021; Domazet-Lošo 2022; Aldén et al. 2022).

El síndrome del cromosoma X frágil (y su modelo murino modificado genéticamente) se ha considerado una variante genética del autismo (Dölen y Bear, 2009). Sin embargo, en lugar de causar autismo, se cree que síndromes genéticos como el síndrome del cromosoma X frágil y el síndrome de Down solo aumentan el riesgo de un diagnóstico comórbido (Kaufmann et al., 2017; Spinazzi et al., 2023).

Por otro lado, aunque cientos de genes de riesgo se han vinculado al autismo, algunos investigadores creen que solo representan entre el 10 % y el 20 % de los casos existentes (Rylaarsdam Guemez-Gamboa, 2019; Havdahl et al., 2021).

Además, sabemos por experiencia clínica que ciertas variantes genéticas asociadas con trastornos del desarrollo en general, y con el autismo en particular, al ser una categoría diagnóstica bastante vaga basada en síntomas, presentan fenotipos muy variables (Lötjönen et al., 2025).

Una explicación teórica plausible para las fuertes y persistentes dudas sobre una verdadera relación causal entre las vacunas infantiles y el autismo proviene de estudios de variantes genéticas de riesgo y vías de desintoxicación deterioradas. Ya en 2007, se sugirió que el polimorfismo genético en personas con diagnóstico de autismo o en el espectro autista podría afectar negativamente el metabolismo del azufre, la metilación, la desintoxicación, la señalización dopaminérgica y la formación de redes neuronales (Deth et al., 2008).

Estudios posteriores parecieron confirmar la «hipótesis redox/metilación del autismo», según la cual el estrés oxidativo, iniciado por factores ambientales en individuos genéticamente vulnerables, conduce a una metilación deficiente que a su vez provoca déficits neurológicos causados ​​por la reducción de la capacidad de sincronizar las redes neuronales (Rossignol et al., 2014; Carter y Blizard, 2016; Rodríguez-Gómez et al., 2021).

Cabe destacar que los contaminantes ambientales (Lewis, 2020), especialmente el glifosato, un herbicida de amplio espectro (Seneff et al., 2024), probablemente sean responsables del aumento de los riesgos asociados con las vacunas infantiles.

Sin embargo, dado que la biodisponibilidad oral, por ejemplo, del aluminio, es meno al 1%, en comparación con la biodisponibilidad aproximada del 100% del aluminio inyectado por vía intravenosa o intramuscular (Yokel y McNamara, 2001), la exposición a compuestos de aluminio en las vacunas probablemente tenga una mayor probabilidad de causar trastornos que la exposición al aluminio presente en alimentos u otras fuentes ambientales.

Conclusiones:

El debate sobre si las vacunas causan autismo se ha visto empañado por los poderosos intereses financieros de las partes interesadas en la fabricación y comercialización de vacunas. Sin embargo, la relación causal entre las vacunas y el diagnóstico de autismo se confirma con los siguientes hechos, que, por cierto, cumplen todos los criterios de Bradford Hill, lo que confirma la inferencia de que dicha relación causal existe:

  • (1) Según numerosos estudios preclínicos, clínicos y en animales, los componentes de las vacunas, como el conservante timerosal y los compuestos de aluminio utilizados como adyuvantes en las vacunas, son tóxicos conocidos que dañan las células, en particular las neuronas, en animales y seres humanos, pero son especialmente peligrosos para los recién nacidos y en los primeros años de crecimiento y desarrollo infantil.
  • (2) No existen estudios bien diseñados ni con potencia estadística suficiente para justificar las afirmaciones de «seguridad y eficacia» de los fabricantes de vacunas y sus promotores en los CDC y la FDA. En concreto, nunca se han realizado ensayos clínicos controlados con solución salina biológicamente neutra como control, y la vigilancia basada en la notificación voluntaria posterior a la comercialización de eventos adversos atribuibles a las vacunas y sus componentes es inadecuada, con menos del 10 % de las reacciones adversas que realmente se producen.
  • (3) Las autoridades sanitarias no están probando indicadores válidos de daño, que se minimizan como «señales de seguridad» —cuando en realidad son indicadores de daño grave para un porcentaje de receptores y de daño menor para todos los receptores— al aplicar los criterios de Bradford Hill para evaluar la causalidad, y las agencias que supuestamente protegen al público en general no están imponiendo límites razonables al número de eventos adversos graves que se permitirán antes de que las agencias de control suspendan la autorización de comercialización del producto infractor.
  • (4) Los estudios epidemiológicos que concluyen que no existe una relación causal entre las vacunas y las enfermedades crónicas como el autismo son (a) lógicos erróneos, (b) experimentalmente defectuosos y (c) están plagados de una escasez de individuos no vacunados con los que se puedan realizar las comparaciones necesarias: (a) no hay forma de que ningún número de búsquedas experimentales fallidas puede demostrar que no existe una relación causal entre las vacunas y el autismo; (b) Muchos de los diseños utilizados en estudios preclínicos han evitado por completo la comparación necesaria de los receptores de una prueba de provocación con vacunas con controles que recibieron un placebo salino inocuo, y otros estudios han tenido una potencia estadística tan baja que son insensibles a cualquier relación causal, incluso si existiera y pudiera detectarse fácilmente mediante un estudio mejor diseñado.
  • (5) El aumento global de las vacunaciones no solo se correlaciona con el aumento del autismo y las discapacidades intelectuales en las personas vacunadas, sino que lo hace de forma dependiente de la dosis, de modo que los síntomas aumentan con el aumento de la exposición a las vacunas.
  • (6) La mayoría de los niños que desarrollan autismo entre los 1 y los 3 años nacieron sanos y, por lo tanto, cumplen el criterio de proximidad temporal de Bradford Hill.
  • (7) La susceptibilidad genética debida a una vía de desintoxicación deteriorada proporciona una explicación teórica plausible para la relación causal. En resumen, por lo tanto, a la luz la literatura científica relevante, se cumplen los criterios de Bradford Hill, lo que sugiere que las vacunas desempeñan un papel causal significativo en la aparición de autismo y discapacidades intelectuales.

Finalmente, dada la importante carga que este grupo de pacientes representa para sus familias y para la sociedad en general, parece necesario establecer unidades de atención médica especializadas para abordar los numerosos desafíos que enfrentan los pacientes con espectro autista, sus familias y los profesionales médicos que intentan ayudarlos (Bjelogrlic-Laakso et al., 2014).

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